Mejora de la agricultura de regadío
Riego por aspersión en el valle de Hula, Israel.
Durante las décadas recientes la agricultura bajo riego ha sido una fuente de producción de alimentos muy importante. Como muestra el gráfico adjunto, los mayores rendimientos de los cultivos que pueden obtenerse en regadío son más del doble que los mayores que pueden obtenerse en secano. Incluso la agricultura bajo riego con bajos insumos es más productiva que la agricultura de secano con altos insumos. El control, con bastante precisión, de la absorción del agua por las raíces de las plantas tiene estas ventajas.
Aún así, el regadío contribuye menos a la producción agrícola que el secano. Globalmente, la agricultura de secano se practica en el 83 por ciento de las tierras cultivadas y produce más del 60 por ciento de los alimentos del mundo. En regiones tropicales con escasez de agua, como los países de la región del Sahel, la agricultura de secano se practica en más del 95 por ciento de las tierras cultivadas, porque en estas zonas el riego convencional de cultivos para la producción de alimentos puede ser muy costoso y apenas justificable en términos económicos.
Hay otras razones que justifican por qué el riego convencional no puede continuar creciendo tan rápidamente como en las últimas décadas. Una razón es que el costo real del regadío no se conoce, porque citando a un autor el riego es «una de las actividades más subvencionadas del mundo.» Los costes ambientales de las zonas regables convencionales son también altos y no repercuten en los precios de los alimentos, y a menudo el riego intensivo produce anegamiento y salinización. Actualmente, alrededor del 30 por ciento de las tierras regadas están moderada o severamente afectadas. Anualmente, el área regada se está reduciendo aproximadamente en el 1-2 por ciento a causa de la salinización de las tierras.
Por supuesto, no solamente seguirá practicándose el riego sino que también la superficie bajo riego aumentará a pesar de estos inconvenientes. Lo que se necesita imprescindiblemente es mejorar la eficiencia del riego (véase el recuadro de la página siguiente).
Básicamente hay cinco métodos de riego:
Riego de superficie, que cubre toda la superficie cultivada o casi toda.
Riego por aspersión, que imita a la lluvia.
Riego por goteo, que aplica el agua gota a gota solamente sobre el suelo que afecta a la zona radicular.
Riego subterráneo de la zona radicular, mediante contenedores porosos o tubos instalados en el suelo.
Subirrigación, si el nivel fréatico se eleva suficientemente para humedecer la zona radicular.
Productividades y requerimientos de la agricultura bajo riego y la de secano
El riego tiene el potencial de proporcionar mayores productividades que la agricultura de secano, pero los requerimientos de agua son también mucho más altos.
Los dos primeros métodos, riego de superficie y por aspersión, se consideran riego convencional. Actualmente, el riego de superficie es sin duda la técnica más común, especialmente entre los pequeños agricultores, porque no requiere operar ni mantener equipos hidráulicos complejos. Por esta razón, es probable que el riego de superficie domine también en 2030, aunque consuma más agua y en ocasiones cause problemas de anegamiento y salinización.
El riego por goteo y el riego subterráneo son dos tipos de riego localizado, que es un método de riego cada vez más popular por su máxima eficacia, ya que aplica el agua solamente donde es necesaria siendo las pérdidas pequeñas. Sin embargo, la tecnología no es todo, porque el riego a pequeña escala y el uso de aguas residuales urbanas pueden incrementar la productividad del agua tanto como los cambios de la tecnología de riego.
Sistemas de riego localizado
Crecimiento mundial del riego localizado
El riego localizado ha crecido rápidamente desde la invención del tubo de plástico de bajo costo en los años setenta.
Los agricultores adoptarán tecnologías de riego que ahorren agua si tienen incentivos, siendo uno de los más importantes el aumento del precio del agua de riego. El riego subterráneo y el riego por goteo son probablemente las principales tecnologías que serán aplicadas en los países en desarrollo, donde normalmente la mano de obra es abundante y los recursos financieros escasos. Ambas tecnologías se basan en la aplicación frecuente de pequeñas cantidades de agua directamente a las raíces de los cultivos. Además estas tecnologías que ahorran agua, particularmente el riego por goteo, tienen la ventaja adicional de incrementar los rendimientos de los cultivos y reducir la salinización de los suelos. Además, como estos dos sistemas evitan el contacto del agua con las hojas, pueden usarse aguas salobres para regar cultivos moderadamente tolerantes a la salinidad. Algunos de los sistemas de riego subterráneo son técnicas sencillas que no requieren equipos caros pero si necesitan mano de obra abundante. En realidad, uno de los métodos de riego más antiguos es colocar vasijas porosas de arcilla en el suelo alrededor de los árboles frutales y a lo largo de las líneas de cultivos. Las vasijas se llenan de agua manualmente de acuerdo con las necesidades. Los tubos porosos o perforados enterrados tienen el mismo propósito y generalmente pueden usarse para regar dos líneas de cultivo, una a cada lado de la tubería. Aunque la frecuencia de aplicación puede controlarse el caudal no, ya que depende del tamaño de las perforaciones y de las características del suelo.
El riego por goteo solamente se ha aplicado en una pequeña parte de su área potencial. Necesita un sistema que dé presión al agua para distribuirla por tuberías instaladas sobre el terreno, que están dotadas de emisores que vierten de 1 a 10 litros por hora. Aunque la tecnología es simple requiere cierta inversión y un mantenimiento cuidadoso, ya que los goteros pueden obstruirse fácilmente. Sin embargo, los resultados obtenidos en muchos países muestran que los agricultores que cambian de riego por surcos o riego por aspersión a riego por goteo pueden reducir el consumo de agua del 30 al 60 por ciento. Frecuentemente, los rendimientos de los cultivos se incrementan también, porque las plantas reciben prácticamente la cantidad precisa de agua que necesitan y también a menudo la de fertilizantes.
Seis claves para mejorar la eficiencia de riego
reducir las filtraciones de los canales por medio de revestimientos o utilizar tuberías;
reducir la evaporación evitando los riegos de medio día y utilizar riego por aspersión por debajo de la copa de los árboles en vez de riego por aspersión sobre la copa de los mismos;
evitar el riego excesivo;
controlar las malas hierbas en las fajas entre cultivos y mantener secas estas fajas;
sembrar y cosechar en los momentos óptimos;
regar frecuentemente con la cantidad correcta de agua para evitar déficits de humedad del cultivo.
Aunque los sistemas de riego por goteo, que cuestan de 1 200 a 2 500 dólares EE.UU. por hectárea, son todavía demasiado caros para la mayor parte de los pequeños agricultores y para el riego de cultivos de bajo precio, se continúa investigando para hacerlos económicamente más accesibles. Se ha desarrollado un sistema de riego por goteo que cuesta menos de 250 dólares EE.UU. por hectárea. Los factores clave para mantener los costos bajos son utilizar materiales sencillos y de fácil transporte; en vez de que cada línea de cultivo tenga su propio lateral con goteros, la misma tubería puede trasladarse cada hora para regar al menos unas diez líneas. El riego con pequeños surtidores es otra alternativa barata que puede reemplazar a los emisores, a los reguladores de presión y a otras piezas especiales; el agua sale a borbollones por tubos verticales de corta longitud que están conectados a las tuberías laterales enterradas.
Riego por goteo en Cabo Verde
A principios de los años noventa, un proyecto de la FAO financiado por los Países Bajos trató de desarrollar la horticultura de Cabo Verde. El proyecto tuvo éxito pero su extensión territorial estaba limitada por la disponibilidad de agua, porque la precipitación promedio en la isla es alrededor de 230 mm/año, asegurando anualmente un poco más de 700 m3/persona.
El riego por goteo fue instalado primero en parcelas experimentales y luego en los campos de los agricultores. El nuevo sistema incrementó la producción y ahorró agua, permitiendo la expansión de la superficie bajo riego y de la intensidad de cultivo. Convencidos por el experimento, muchos agricultores espontáneamente instalaron riego por goteo en sus fincas. Seis años después del primer experimento, en 1999, el 22 por ciento de las tierras bajo riego en el país han adoptado el riego por goteo, y muchos agricultores han cambiado sus cultivos de alto consumo de agua, como las plantaciones de caña de azúcar, a cultivos hortícolas de altos ingresos, tales como papas, cebollas, pimiento y tomates. La producción hortícola total subió de 5 700 toneladas en 1991 a 17 000 toneladas en 1999. Se estima que una finca de 0,2 hectáreas proporciona a los agricultores un ingreso mensual de 1 000 dólares EE.UU.
Riego a pequeña escala
Para incrementar la productividad de las áreas de secano el riego suplementario y el riego a pequeña escala, tanto el tradicional como el moderno, tienen que desempeñar un papel importante. Tecnologías como las bombas de pedal (véase el recuadro de la siguiente página) pueden permitir a los agricultores escasos de recursos manejar sus propios sistemas de acuerdo a sus necesidades, siempre que se disponga de agua localmente. El bombeo de agua con pequeños motores diesel o eléctricos puede ser también más económico que los proyectos a gran escala, que dependen demasiado de un control centralizado. Además, como cada agricultor controla totalmente sus propios sistemas, puede adaptar su producción a su estilo de vida maximizándola, algo que es imposible en grandes zonas con control centralizado.
Mejora del drenaje y reducción de la salinidad
El drenaje de tierras de regadío tiene dos propósitos: reducir el exceso de agua de las tierras e, igualmente importante, controlar y reducir la salinización que inevitablemente acompaña a las tierras que tienen drenaje natural insuficiente en las regiones áridas y semiáridas. El drenaje adecuado también permite la diversificación de cultivos y la intensificación del uso de la tierra, el crecimiento de variedades de alto rendimiento, el uso efectivo de insumos tales como los fertilizantes y el uso de maquinaria agrícola.
El problema afecta a alrededor de 100-110 millones de hectáreas ubicadas en las regiones áridas y semiáridas. Actualmente, aproximadamente 20-30 millones de hectáreas se encuentran seriamente afectadas por la salinidad y se estima que 250-500 mil hectáreas se pierden anualmente para la producción agrícola como resultado del incremento de la salinidad del suelo.
Actualmente, 20-50 millones de hectáreas cuentan con sistemas de drenaje. Como esta cifra se considera insuficiente, el drenaje de tierras agrícolas es una necesidad urgente.
Sin embargo, el drenaje tiene dos inconvenientes importantes. Primero, el agua de drenaje a menudo está contaminada con sales, microelementos, sedimentos y trazas de insumos agrícolas, por lo tanto, las aguas de drenaje deben ser evacuadas de una manera apropiada. Segundo, la mejora del drenaje en un área incrementa el caudal aguas abajo, aumentando así el riesgo de inundaciones. Por lo tanto, los nuevos proyectos de drenaje deben considerar no sólo los beneficios de una producción agrícola sostenible sino también los efectos colaterales sobre el medio ambiente.
Alrededor de 100-150 millones de hectáreas en áreas de secano, la mayoría en Europa y América del Norte, han sido drenadas, mientras que otros 250-350 millones de hectáreas necesitan ser drenadas. Una gran parte de la producción agrícola proviene de lo que fueron humedales. Sin embargo, ya no se drenan humedales naturales porque su valor ecológico es cada vez más apreciado.
Riego con aguas residuales
La reducción de la carga contaminante de las aguas residuales de fincas, industrias y áreas urbanas permitiría que una buena parte se utilizara para regar. Los beneficios potenciales del riego con aguas residuales son enormes.
Por ejemplo, una ciudad con una población de 500 000 habitantes y un consumo diario per cápita de 120 litros produce al día aproximadamente 48 000 m3 de aguas residuales, suponiendo que el 80 por ciento del agua utilizada llega a los servicios públicos de alcantarillado. Si estas aguas residuales fuesen tratadas y utilizadas para un riego cuidadosamente controlado a razón de 5 000 m3/ha anuales, podrían regarse unas 3 500 hectáreas.
El valor de estos efluentes como fertilizante es tan importante como el valor del agua. En las aguas residuales tratadas mediante sistemas convencionales las concentraciones típicas de nutrientes son: de nitrógeno 50 mg/litro; de fósforo 10 mg/litro y de potasio 30 mg/litro. Si anualmente se aplican 5 000 m3/ha, la aportación anual de fertilizantes sería: 250 kg/ha de nitrógeno; 50 kg/ha de fósforo y 150 kg/ha de potasio. De esta forma, todo el nitrógeno y la mayor parte del fósforo y potasio que son necesarios para la producción agrícola serían suministrados por el efluente. Además, otros valiosos micronutrientes y materia orgánica del efluente proporcionarían beneficios adicionales.
Un beneficio adicional es que la mayor parte de estos nutrientes, una vez absorbidos por los cultivos, no entran en el ciclo del agua, y consecuentemente no contribuyen a la eutrofización de los ríos ni a la creación de «zonas muertas» en las áreas costeras.
Introducción de la bomba de pedal en Zambia
Agricultor de Zambia operando la bomba de pedal
En Zambia, El Programa Especial para la Seguridad Alimentaria (PESA) ha promocionado con éxito la introducción de tecnología de riego a pequeña escala. En las áreas del país propensas a las sequías, los agricultores tradicionalmente usaban baldes para llevar el agua hacia sus fincas. Durante la fase piloto del PESA, se introdujeron bombas de pedal que podían bombear agua de una profundidad de ocho metros con un caudal de 1,5 litros/segundo. Se hicieron modificaciones para adaptar las bombas a las condiciones locales y hoy en día nueve proveedores producen tres tipos de bombas localmente. Los agricultores de Zambia han adquirido hasta ahora unas 1 500 bombas. Como resultado, la disponibilidad de verduras frescas tanto en los hogares como en los poblados ha mejorado considerablemente en Zambia.
Necesidad de aumentar la capacidad de embalse
Aún siendo optimistas acerca del aumento de la productividad agrícola, de la eficacia del riego y de la expansión del regadío, se espera que en los países en desarrollo en 2030 la agricultura bajo riego necesitará un 14 por ciento más de agua. Esto requerirá una capacidad de embalse adicional de unos 220 km3. Además, hay que reemplazar la capacidad que se pierde por la sedimentación de los embalses existentes, que se estima en el uno por ciento anual, es decir 60 km3, equivalentes en 30 años a 1 800 km3. También deben reemplazarse los 160 km3 de agua que se sobreexplotan en los acuíferos. En los próximos 30 años se necesitarán alrededor de 2 180 km3 de capacidad de embalse, es decir, más de 70 km3 anuales, sin contar las pérdidas por evaporación que aumentarán al incrementarse la superficie de embalse. Las obras necesarias equivalen a construir una nueva presa de Aswan cada año. Es poco probable que en los próximos 30 años se construyan las obras necesarias para disponer de esta capacidad de embalse adicional, por una serie de razones económicas, ambientales y sociales.
Almacenar más agua en los acuíferos es una alternativa atractiva, pero para estimular la recarga de los acuíferos se necesitan urgentemente nuevas técnicas y mecanismos institucionales.
http://www.fao.org/docrep/005/y3918s/y3918s10.htm#TopOfPage
lunes, 26 de julio de 2010
EL RIEGO EN AMÉRICA LATINA
EL RIEGO EN AMÉRICA LATINA
EL RIEGO EN LA AMÉRICA PREHISPÁNICA.
En la América prehispánica tanto las culturas zapoteca, tolteca, maya y azteca, en lo que es hoy México, como las culturas chavín, pukara, tiwanaku, wari e inca en Perú, habían desarrollado complejos sistemas de riego. La presa prehispánica más antigua que se conoce data de comienzos del siglo VII a.C., es la Purrón en las proximidades de San José de Tilapa, cerca de 260 kilómetros al sureste de la Ciudad de México, al sur del Valle de Tehuacán. Es contemporánea de la presa de Marib en Yemen, de las del lago Van en Turquía y de los embalses asirios de Mosul en Irak. Más reciente, por lo tanto, que las presas de Java en Jordania (cuarto milenio a.C.); de Kafara en Egipto (2 600 a.C.) o las presas micénicas en Grecia. La presa de Purrón se colmató a fines del 700 a.C. y fue aumentada en diversas oportunidades; en el año 200 a.C. tenía una altura de 18 metros y una capacidad de embalse de 5.1 millones de metros cúbicos de agua.
En plena Ciudad de México, en el sector sur, conocido como «El Pedregal» y caracterizado por sus campos de lava, se puedan ver hoy las pequeñas presas de escollera construidas por los toltecas en el periodo Teotihuacan (500-1100 d.C).
Conviene recordar los sistemas de captación y almacenamiento de agua en la población zapoteca de Monte Albán, y el sistema de presas y muros de piedra en el 300 a.C. en Hierve el Agua (Oaxaca) que, siguiendo las curvas de nivel, permitían abancalar tierras formando parcelas regadas aptas para el cultivo.
Los sistemas de riego y gestión de aguas no fueron exclusivos de las regiones áridas y semiáridas de México. En la cultura maya se encuentran enormes obras hidráulicas cuyo objetivo era regular la escorrentía mediante el drenaje, en los periodos de lluvias, y almacenar agua para asegurar el suministro en los periodos de sequía, el sistema está formado por dolinas o fosas naturales complementadas con cisternas excavadas y numerosos embalses. El ejemplo más famoso es el Cenote Sagrado de Chichén Itzá y el mucho más reciente (600-900 d.C.) de Tikal en Guatemala, que llegó a tener una docena de embalses.
En la Verdadera historia de la conquista de la Nueva España Bernal Díaz del Castillo relata el asombro de la expedición de Cortés al llegar al valle de México y contemplar la ciudad de Tenochtitlan asentada en el medio del gran Lago Texcoco y su sistema de lagunas, comunicada con las otras islas y con el valle por un sistema de calzadas que eran en realidad diques de un complejo sistema hidráulico, y cuyas compuertas permitían por un lado regular los niveles de las diferentes partes del lago, y por otro el funcionamiento de la chinampa, sistema de agricultura intensiva que abastecía la capital, y que aún hoy se pueden apreciar en los jardines de Xochimilco. Entre estos diques destacaban algunos que tenían objetivos precisos. Por ejemplo, los dos diques de nueve y seis kilómetros de longitud, construidos en el periodo de Itzcóatl (1428-1440) para aislar la parte oriental del lago Texcoco, cuya agua era muy salina y su intrusión amenazaba las chinampas. Otros correspondían a las conducciones de agua de Chapultepec, renovadas por Moctezuma (1440-1469), y de Coyoacán, obra de Ahuitzótl (1486-1502). Estas obras fueron destruidas por Cortés en 1521, sin embargo, su importancia era tal que fueron reconstruidas hacia finales del siglo.
También sorprendieron a los conquistadores las obras hidráulicas y el sistema agrícola, que conectaban las provincias del enorme imperio Inca, en una geografía accidentada de montañas, desfiladeros, pantanos, llanuras, selvas, etc. A la llegada de los españoles, había ya un paisaje profundamente transformado por una gran diversidad de sistemas de riego adaptados a cada situación específica.
Los primeros sistemas hidráulicos de Perú datan de la cultura Chavín (500 a.C.). y su posterior desarrollo en la época Pukara (200 a.C.-200 d.C.). En estas culturas la gestión del agua estaba asociada a la estratificación social: por un lado los campesinos y por otro los especialistas encargados del riego, la predicción climática, los ciclos agrícolas y las ceremonias religiosas. Durante la cultura Pukara, la planificación hidráulica adquiere carácter político asociado al control de las nuevas áreas de cultivo y de la fuerza de trabajo campesina, adaptada a las características de cada región. Así en la costa se construyeron reservorios, acueductos y sistemas de canales, mientras que en la sierra eran importantes los sistemas de captación de aguas y la construcción de terrazas regadas. El sistema se fue haciendo desde tecnologías de riego sencillas de cultura en cultura, más complejo; por ejemplo con la cultura Moche la agricultura se extiende a la parte baja de los valles y un sistema de canales permite cultivar zonas alejadas de los ríos. Es notable de este periodo el sistema de acueductos subterráneos de la cultura Nazca en la costa sur. En el periodo Pukara se origina, en la región del lago Titicaca, la agricultura con sistemas de qochas o estanques, es decir el uso para fines de riego de depresiones naturales o artificiales, comunicadas por canales, alrededor de las cuales se cultivaba por el sistema de surcos. El almacenado de agua de las qochas se facilitaba por el escaso drenaje de la zona que permitía su disponibilidad aún en la época seca. La qocha tenía además un efecto termo-regulador y mantenía la humedad del suelo: el sistema, centrado en el cultivo de tubérculos y pastos, se caracterizaba por su elevada productividad.
Hacia el 600 d.C. la cultura Pukara en la zona andina central y sur fue desplazada por la cultura Tiwanaku que expande el sistema de terrazas e intensifica el uso de camellones o waruwaru. Estos consisten en campos elevados, de hasta un metro por cuatro a diez metros de ancho y diez a cien metros de largo, rodeados por un sistema de canales. Las características básicas de este sistema, típico del altiplano son proteger los cultivos de las inundaciones periódicas, aprovechar el efecto termoregulador del agua, mitigando los efectos nocivos de las heladas, regular la humedad según las épocas: lluviosa y de inundaciones o secas; proveer de sedimentos orgánicos del fondo de los canales con los cuales se reconstituían periódicamente los camellones.
También datan de esta época los cultivos de la totora y el junco en las zonas litorales del norte, mediante sistemas de lagunas y wacha-ques. En el caso de las lagunas, la práctica consistía en esparcir las semillas sobre las aguas y plantar los cogollos. Los wachaques era un sistema artificial de estanques, de cerca de diez metros de profundidad, excavados en la tierra, que se alimentaban por medio de canales o por aproximación a la capa freática. Este sistema caracterizó el centro urbano de Chan Chan del reino de Chimú.
Durante el imperio Wari, se perfeccionaron y expandieron los sistemas de riego al mismo tiempo que el carácter político de su gestión se hizo más relevante. El sistema de regadío de valles múltiples, unidos por canales, dominó la agricultura. Se aprovecharon al máximo los sistemas de riego por gravedad, utilizando las pendientes y controlando las pérdidas por filtración mediante canales y surcos y así pudieron incorporar a la agricultura los suelos áridos y pantanosos de la costa. La gestión del agua pasó a ser centralizada por los reinos de la costa y su control fue definitivamente un elemento básico de poder.
En esta época, se expandieron los sistemas de chacras hundidas de la costa y la agricultura de lomas costeras. El primero se basaba en el aprovechamiento de capas freáticas de escasa profundidad en zonas arenosas y salinas, donde se hacían grandes excavaciones en el interior de las cuales se sembraba. El segundo consistía en aprovechar los ojos de agua y las nieblas en zonas de gran humedad estacional. Se acumulaban grandes cantidades de piedras en las quebradas y laderas, aumentando la condensación y captando el agua de escorrentía por canales superficiales y, mediante muros de contención, se retenía el agua condensada en la parte alta de la loma.
El imperio Wari fortaleció y perfeccionó el sistema hidráulico y agrícola, sentando las bases para el posterior auge del imperio Inca. Este heredó un complejo sistema de riego cuyos notables ejemplos se encuentran en los reinos de Chimú, Ichma, Cajamarca, Chachapoya y los reinos del Altiplano.
El imperio Inca expandió a todo el Tahuantinsuyo el sistema de cultivo en terrazas regadas en las laderas de las montañas: lo que permitió aumentar la cantidad de tierra agrícola. Además permitía reducir el efecto de las heladas, controlar la erosión del suelo y administrar el uso del agua según los cultivos y por terrazas. La temperatura y la calidad de los suelos cultivados era regulada gracias a la forma de los muros de contención, el tipo de piedra usado y la ubicación de la terraza. El sistema de terrazas permitía finalmente el control administrativo y político de la producción y de la fuerza de trabajo. Complementario al sistema de terrazas es el de sistema de riego de los fondos de los valles. Estos se caracterizan por la abundancia de agua, pero por otra parte su uso agrícola se ve limitado por la estrechez de los valles andinos: el sistema consistía en la construcción de anchas terrazas (a 2500 y 3000 msnm) con muros de contención o barreras de arbustos y árboles para regular la distribución del agua y evitar la erosión. El agua era captada del fondo de los valles por sistemas de canales.
EL USO AGRÍCOLA DEL AGUA EN AMÉRICA LATINA.
En el nivel latinoamericano la agricultura también se manifiesta como el más importante consumidor de agua, el promedio es similar al mundial, con variaciones entre países y regiones, así por ejemplo en México la cifra llega fácilmente a 90% (algunas estimaciones la ponen por encima de 90%).
El área total regada de América Latina se calculaba a fines de los años 80 en 13 millones de hectáreas, de las cuales aproximadamente un tercio se encuentran en México,67 las que representaban aproximadamente 8% de las tierras de labor, incluyendo terrenos en barbecho o 11% de las áreas efectivamente cultivadas.68 El riego es fundamental en la producción agrícola de la mayoría de los países, así las áreas regadas, pese a ser menos de 20% de la superficie cultivada, proporcionan más de 50% del valor de la producción agropecuaria en países como Chile, México y Perú.
Entre 1970 y 1987, el riego se extendió significativamente en toda América Latina y el Caribe pasando de 10 173 000 a 15 231 000 hectáreas, a pesar de lo cual las áreas regadas se mantienen como un porcentaje mínimo del total de tierras cultivadas de la región: 2% del total de las tierras cultivadas de la región.69 Los países que registran los mayores incrementos en la superficie regada son Brasil y México.
En 1980, el área regada en América del Sur era de 8.5 millones de hectáreas que extraían anualmente 70 kilómetros cúbicos de agua, para el año 2000 se estima un área regada, siempre en América del Sur, de 11 millones de hectáreas que requerirá extraer 90 kilómetros cúbicos de agua para fines de regadío.
El regadío está más difundido en México, Argentina y Chile, aun cuando países como Cuba también se caracterizan por la existencia de amplios sistemas de riego sobre su territorio. En este último país el desarrollo de obras de embalses y presas realizado entre 1960 y 1992 ha permitido aumentar de 160 000 hectáreas regadas en 1959, a algo más de un millón de hectáreas regadas en 1992. Hasta hace pocos años el riego era una característica típica de las agriculturas de clima templado; sin embargo, en las últimas dos décadas el riego se ha extendido también a zonas tropicales.
En la última década, el ritmo de expansión del riego se ha reducido considerablemente como consecuencia de la situación financiera de la región, el elevado costo de la construcción de presas y sistemas de regadío y la necesidad de asignar los recursos a la consolidación de otros proyectos. Es también en esta década cuando se materializan enormes problemas ambientales asociados a la mala construcción y gestión de los sistemas de riego.
Aun cuando los problemas asociados con los sistemas de riego (su alta inversión, su ineficiencia, las pérdidas de agua que se producen, la creciente salinización de suelos debido a su uso excesivo en tierras mal drenadas, los problemas de anegamiento, etc.) se han traducido a nivel mundial en una tasa decreciente de incremento en tierras regadas, la situación en América Latina parece ser diferente y se estima que para fines de siglo se incrementará 30% sólo en América del Sur.
Los aspectos ambientales del uso del agua en agricultura no se limitan por cierto a los volúmenes demandados, sino sobre todo en las últimas tres décadas, a la creciente contaminación resultante del uso de fertilizantes, a los efectos de salinización de los suelos por ineficiente uso y excesiva descarga de agua de riego, etcétera.
El mayor problema ambiental y económico, asociado con el riego en América Latina es su uso ineficiente, la falta de adecuados drenajes y mala gestión son factores que, entre otros, están en el origen de un proceso acelerado de salinización de tierras. Ya en 1964 el mapa de suelos publicado conjuntamente por FAO y UNESCO señalaba cerca de 2 millones de hectáreas salinizadas en Centroamérica y aproximadamente 130 millones de hectáreas en América del Sur. Los procesos de salinización parecen ser particularmente acentuados en Argentina, Paraguay y Perú: los dos primeros sumaban a comienzos de la década de los setenta alrededor de 105 millones de hectáreas afectadas por salinización.
El caso peruano es particularmente ilustrativo del problema de salinización. La zona costera de Perú concentra la mayor parte de la agricultura regada del país, alcanzando a aproximadamente 850 000 hectáreas sobre un total regado en el país de 1 200 000 hectáreas. Esa zona costera regada que es responsable por 50% de la producción agrícola del país se encuentra en más de 30% salinizada. Si se considera que el total de superficie cultivada de Perú es de 2 600 000 de un total posible de 7 900 000 se aprecia la magnitud del problema.
La evaluación de los efectos de la salinización en las áreas regadas de la costa peruana se inició con colaboración holandesa en 1968, los diagnósticos realizados, la información recopilada y los estudios, han permitido iniciar proyectos de recuperación de cierta envergadura. El costo de recuperar una hectárea es de 2 000 dólares; en la última década la inversión en recuperación de zonas salinizadas, llevada a cabo por el gobierno y los usuarios, ha alcanzado a más de 200 millones de dólares lo que ha permitido la recuperación cerca de 100 000 hectáreas. Actualmente hay en curso actividades para la recuperación de 50 000 hectáreas y proyectos para otras 108 000 hectáreas. La recuperación de la zona afectada requeriría, según estimaciones de 1990, una inversión de 1 100 millones de dólares.
Por otra parte, la extracción irrestricta de agua para fines de regadío repercute en cambios hidrológicos importantes y posteriores procesos de deterioro. Por ejemplo, en la comarca Lagunera Mexicana de Durango y Coahuila la sobreexplotación de acuíferos se ha traducido no sólo en un descenso de los mantos freáticos de 56 metros entre 1940 y 1980, sino que además la extracción actual contiene un elevado porcentaje de sales en disolución del fondo del acuífero, que es la causa de arsenicismo crónico de la población local.
El análisis del uso del agua por el sector agrícola no puede menos que considerar el hecho que 98% de las tierras cultivadas en América Latina lo son en zonas de secano. Sin embargo, no se ha prestado atención alguna al uso racional del agua en zonas de secano. El porcentaje de recursos destinados a los estudios sobre gestión de cuencas, control de erosión, investigación y adaptación de cultivos a zonas de lluvia, incluyendo selección de semillas y especies, a manejos agro-silvo-pastoril, etc., no alcanza a 10% de los recursos asignados a obras de riego de la región.
http://www.eurosur.org/medio_ambiente/bif60.htm
EL RIEGO EN LA AMÉRICA PREHISPÁNICA.
En la América prehispánica tanto las culturas zapoteca, tolteca, maya y azteca, en lo que es hoy México, como las culturas chavín, pukara, tiwanaku, wari e inca en Perú, habían desarrollado complejos sistemas de riego. La presa prehispánica más antigua que se conoce data de comienzos del siglo VII a.C., es la Purrón en las proximidades de San José de Tilapa, cerca de 260 kilómetros al sureste de la Ciudad de México, al sur del Valle de Tehuacán. Es contemporánea de la presa de Marib en Yemen, de las del lago Van en Turquía y de los embalses asirios de Mosul en Irak. Más reciente, por lo tanto, que las presas de Java en Jordania (cuarto milenio a.C.); de Kafara en Egipto (2 600 a.C.) o las presas micénicas en Grecia. La presa de Purrón se colmató a fines del 700 a.C. y fue aumentada en diversas oportunidades; en el año 200 a.C. tenía una altura de 18 metros y una capacidad de embalse de 5.1 millones de metros cúbicos de agua.
En plena Ciudad de México, en el sector sur, conocido como «El Pedregal» y caracterizado por sus campos de lava, se puedan ver hoy las pequeñas presas de escollera construidas por los toltecas en el periodo Teotihuacan (500-1100 d.C).
Conviene recordar los sistemas de captación y almacenamiento de agua en la población zapoteca de Monte Albán, y el sistema de presas y muros de piedra en el 300 a.C. en Hierve el Agua (Oaxaca) que, siguiendo las curvas de nivel, permitían abancalar tierras formando parcelas regadas aptas para el cultivo.
Los sistemas de riego y gestión de aguas no fueron exclusivos de las regiones áridas y semiáridas de México. En la cultura maya se encuentran enormes obras hidráulicas cuyo objetivo era regular la escorrentía mediante el drenaje, en los periodos de lluvias, y almacenar agua para asegurar el suministro en los periodos de sequía, el sistema está formado por dolinas o fosas naturales complementadas con cisternas excavadas y numerosos embalses. El ejemplo más famoso es el Cenote Sagrado de Chichén Itzá y el mucho más reciente (600-900 d.C.) de Tikal en Guatemala, que llegó a tener una docena de embalses.
En la Verdadera historia de la conquista de la Nueva España Bernal Díaz del Castillo relata el asombro de la expedición de Cortés al llegar al valle de México y contemplar la ciudad de Tenochtitlan asentada en el medio del gran Lago Texcoco y su sistema de lagunas, comunicada con las otras islas y con el valle por un sistema de calzadas que eran en realidad diques de un complejo sistema hidráulico, y cuyas compuertas permitían por un lado regular los niveles de las diferentes partes del lago, y por otro el funcionamiento de la chinampa, sistema de agricultura intensiva que abastecía la capital, y que aún hoy se pueden apreciar en los jardines de Xochimilco. Entre estos diques destacaban algunos que tenían objetivos precisos. Por ejemplo, los dos diques de nueve y seis kilómetros de longitud, construidos en el periodo de Itzcóatl (1428-1440) para aislar la parte oriental del lago Texcoco, cuya agua era muy salina y su intrusión amenazaba las chinampas. Otros correspondían a las conducciones de agua de Chapultepec, renovadas por Moctezuma (1440-1469), y de Coyoacán, obra de Ahuitzótl (1486-1502). Estas obras fueron destruidas por Cortés en 1521, sin embargo, su importancia era tal que fueron reconstruidas hacia finales del siglo.
También sorprendieron a los conquistadores las obras hidráulicas y el sistema agrícola, que conectaban las provincias del enorme imperio Inca, en una geografía accidentada de montañas, desfiladeros, pantanos, llanuras, selvas, etc. A la llegada de los españoles, había ya un paisaje profundamente transformado por una gran diversidad de sistemas de riego adaptados a cada situación específica.
Los primeros sistemas hidráulicos de Perú datan de la cultura Chavín (500 a.C.). y su posterior desarrollo en la época Pukara (200 a.C.-200 d.C.). En estas culturas la gestión del agua estaba asociada a la estratificación social: por un lado los campesinos y por otro los especialistas encargados del riego, la predicción climática, los ciclos agrícolas y las ceremonias religiosas. Durante la cultura Pukara, la planificación hidráulica adquiere carácter político asociado al control de las nuevas áreas de cultivo y de la fuerza de trabajo campesina, adaptada a las características de cada región. Así en la costa se construyeron reservorios, acueductos y sistemas de canales, mientras que en la sierra eran importantes los sistemas de captación de aguas y la construcción de terrazas regadas. El sistema se fue haciendo desde tecnologías de riego sencillas de cultura en cultura, más complejo; por ejemplo con la cultura Moche la agricultura se extiende a la parte baja de los valles y un sistema de canales permite cultivar zonas alejadas de los ríos. Es notable de este periodo el sistema de acueductos subterráneos de la cultura Nazca en la costa sur. En el periodo Pukara se origina, en la región del lago Titicaca, la agricultura con sistemas de qochas o estanques, es decir el uso para fines de riego de depresiones naturales o artificiales, comunicadas por canales, alrededor de las cuales se cultivaba por el sistema de surcos. El almacenado de agua de las qochas se facilitaba por el escaso drenaje de la zona que permitía su disponibilidad aún en la época seca. La qocha tenía además un efecto termo-regulador y mantenía la humedad del suelo: el sistema, centrado en el cultivo de tubérculos y pastos, se caracterizaba por su elevada productividad.
Hacia el 600 d.C. la cultura Pukara en la zona andina central y sur fue desplazada por la cultura Tiwanaku que expande el sistema de terrazas e intensifica el uso de camellones o waruwaru. Estos consisten en campos elevados, de hasta un metro por cuatro a diez metros de ancho y diez a cien metros de largo, rodeados por un sistema de canales. Las características básicas de este sistema, típico del altiplano son proteger los cultivos de las inundaciones periódicas, aprovechar el efecto termoregulador del agua, mitigando los efectos nocivos de las heladas, regular la humedad según las épocas: lluviosa y de inundaciones o secas; proveer de sedimentos orgánicos del fondo de los canales con los cuales se reconstituían periódicamente los camellones.
También datan de esta época los cultivos de la totora y el junco en las zonas litorales del norte, mediante sistemas de lagunas y wacha-ques. En el caso de las lagunas, la práctica consistía en esparcir las semillas sobre las aguas y plantar los cogollos. Los wachaques era un sistema artificial de estanques, de cerca de diez metros de profundidad, excavados en la tierra, que se alimentaban por medio de canales o por aproximación a la capa freática. Este sistema caracterizó el centro urbano de Chan Chan del reino de Chimú.
Durante el imperio Wari, se perfeccionaron y expandieron los sistemas de riego al mismo tiempo que el carácter político de su gestión se hizo más relevante. El sistema de regadío de valles múltiples, unidos por canales, dominó la agricultura. Se aprovecharon al máximo los sistemas de riego por gravedad, utilizando las pendientes y controlando las pérdidas por filtración mediante canales y surcos y así pudieron incorporar a la agricultura los suelos áridos y pantanosos de la costa. La gestión del agua pasó a ser centralizada por los reinos de la costa y su control fue definitivamente un elemento básico de poder.
En esta época, se expandieron los sistemas de chacras hundidas de la costa y la agricultura de lomas costeras. El primero se basaba en el aprovechamiento de capas freáticas de escasa profundidad en zonas arenosas y salinas, donde se hacían grandes excavaciones en el interior de las cuales se sembraba. El segundo consistía en aprovechar los ojos de agua y las nieblas en zonas de gran humedad estacional. Se acumulaban grandes cantidades de piedras en las quebradas y laderas, aumentando la condensación y captando el agua de escorrentía por canales superficiales y, mediante muros de contención, se retenía el agua condensada en la parte alta de la loma.
El imperio Wari fortaleció y perfeccionó el sistema hidráulico y agrícola, sentando las bases para el posterior auge del imperio Inca. Este heredó un complejo sistema de riego cuyos notables ejemplos se encuentran en los reinos de Chimú, Ichma, Cajamarca, Chachapoya y los reinos del Altiplano.
El imperio Inca expandió a todo el Tahuantinsuyo el sistema de cultivo en terrazas regadas en las laderas de las montañas: lo que permitió aumentar la cantidad de tierra agrícola. Además permitía reducir el efecto de las heladas, controlar la erosión del suelo y administrar el uso del agua según los cultivos y por terrazas. La temperatura y la calidad de los suelos cultivados era regulada gracias a la forma de los muros de contención, el tipo de piedra usado y la ubicación de la terraza. El sistema de terrazas permitía finalmente el control administrativo y político de la producción y de la fuerza de trabajo. Complementario al sistema de terrazas es el de sistema de riego de los fondos de los valles. Estos se caracterizan por la abundancia de agua, pero por otra parte su uso agrícola se ve limitado por la estrechez de los valles andinos: el sistema consistía en la construcción de anchas terrazas (a 2500 y 3000 msnm) con muros de contención o barreras de arbustos y árboles para regular la distribución del agua y evitar la erosión. El agua era captada del fondo de los valles por sistemas de canales.
EL USO AGRÍCOLA DEL AGUA EN AMÉRICA LATINA.
En el nivel latinoamericano la agricultura también se manifiesta como el más importante consumidor de agua, el promedio es similar al mundial, con variaciones entre países y regiones, así por ejemplo en México la cifra llega fácilmente a 90% (algunas estimaciones la ponen por encima de 90%).
El área total regada de América Latina se calculaba a fines de los años 80 en 13 millones de hectáreas, de las cuales aproximadamente un tercio se encuentran en México,67 las que representaban aproximadamente 8% de las tierras de labor, incluyendo terrenos en barbecho o 11% de las áreas efectivamente cultivadas.68 El riego es fundamental en la producción agrícola de la mayoría de los países, así las áreas regadas, pese a ser menos de 20% de la superficie cultivada, proporcionan más de 50% del valor de la producción agropecuaria en países como Chile, México y Perú.
Entre 1970 y 1987, el riego se extendió significativamente en toda América Latina y el Caribe pasando de 10 173 000 a 15 231 000 hectáreas, a pesar de lo cual las áreas regadas se mantienen como un porcentaje mínimo del total de tierras cultivadas de la región: 2% del total de las tierras cultivadas de la región.69 Los países que registran los mayores incrementos en la superficie regada son Brasil y México.
En 1980, el área regada en América del Sur era de 8.5 millones de hectáreas que extraían anualmente 70 kilómetros cúbicos de agua, para el año 2000 se estima un área regada, siempre en América del Sur, de 11 millones de hectáreas que requerirá extraer 90 kilómetros cúbicos de agua para fines de regadío.
El regadío está más difundido en México, Argentina y Chile, aun cuando países como Cuba también se caracterizan por la existencia de amplios sistemas de riego sobre su territorio. En este último país el desarrollo de obras de embalses y presas realizado entre 1960 y 1992 ha permitido aumentar de 160 000 hectáreas regadas en 1959, a algo más de un millón de hectáreas regadas en 1992. Hasta hace pocos años el riego era una característica típica de las agriculturas de clima templado; sin embargo, en las últimas dos décadas el riego se ha extendido también a zonas tropicales.
En la última década, el ritmo de expansión del riego se ha reducido considerablemente como consecuencia de la situación financiera de la región, el elevado costo de la construcción de presas y sistemas de regadío y la necesidad de asignar los recursos a la consolidación de otros proyectos. Es también en esta década cuando se materializan enormes problemas ambientales asociados a la mala construcción y gestión de los sistemas de riego.
Aun cuando los problemas asociados con los sistemas de riego (su alta inversión, su ineficiencia, las pérdidas de agua que se producen, la creciente salinización de suelos debido a su uso excesivo en tierras mal drenadas, los problemas de anegamiento, etc.) se han traducido a nivel mundial en una tasa decreciente de incremento en tierras regadas, la situación en América Latina parece ser diferente y se estima que para fines de siglo se incrementará 30% sólo en América del Sur.
Los aspectos ambientales del uso del agua en agricultura no se limitan por cierto a los volúmenes demandados, sino sobre todo en las últimas tres décadas, a la creciente contaminación resultante del uso de fertilizantes, a los efectos de salinización de los suelos por ineficiente uso y excesiva descarga de agua de riego, etcétera.
El mayor problema ambiental y económico, asociado con el riego en América Latina es su uso ineficiente, la falta de adecuados drenajes y mala gestión son factores que, entre otros, están en el origen de un proceso acelerado de salinización de tierras. Ya en 1964 el mapa de suelos publicado conjuntamente por FAO y UNESCO señalaba cerca de 2 millones de hectáreas salinizadas en Centroamérica y aproximadamente 130 millones de hectáreas en América del Sur. Los procesos de salinización parecen ser particularmente acentuados en Argentina, Paraguay y Perú: los dos primeros sumaban a comienzos de la década de los setenta alrededor de 105 millones de hectáreas afectadas por salinización.
El caso peruano es particularmente ilustrativo del problema de salinización. La zona costera de Perú concentra la mayor parte de la agricultura regada del país, alcanzando a aproximadamente 850 000 hectáreas sobre un total regado en el país de 1 200 000 hectáreas. Esa zona costera regada que es responsable por 50% de la producción agrícola del país se encuentra en más de 30% salinizada. Si se considera que el total de superficie cultivada de Perú es de 2 600 000 de un total posible de 7 900 000 se aprecia la magnitud del problema.
La evaluación de los efectos de la salinización en las áreas regadas de la costa peruana se inició con colaboración holandesa en 1968, los diagnósticos realizados, la información recopilada y los estudios, han permitido iniciar proyectos de recuperación de cierta envergadura. El costo de recuperar una hectárea es de 2 000 dólares; en la última década la inversión en recuperación de zonas salinizadas, llevada a cabo por el gobierno y los usuarios, ha alcanzado a más de 200 millones de dólares lo que ha permitido la recuperación cerca de 100 000 hectáreas. Actualmente hay en curso actividades para la recuperación de 50 000 hectáreas y proyectos para otras 108 000 hectáreas. La recuperación de la zona afectada requeriría, según estimaciones de 1990, una inversión de 1 100 millones de dólares.
Por otra parte, la extracción irrestricta de agua para fines de regadío repercute en cambios hidrológicos importantes y posteriores procesos de deterioro. Por ejemplo, en la comarca Lagunera Mexicana de Durango y Coahuila la sobreexplotación de acuíferos se ha traducido no sólo en un descenso de los mantos freáticos de 56 metros entre 1940 y 1980, sino que además la extracción actual contiene un elevado porcentaje de sales en disolución del fondo del acuífero, que es la causa de arsenicismo crónico de la población local.
El análisis del uso del agua por el sector agrícola no puede menos que considerar el hecho que 98% de las tierras cultivadas en América Latina lo son en zonas de secano. Sin embargo, no se ha prestado atención alguna al uso racional del agua en zonas de secano. El porcentaje de recursos destinados a los estudios sobre gestión de cuencas, control de erosión, investigación y adaptación de cultivos a zonas de lluvia, incluyendo selección de semillas y especies, a manejos agro-silvo-pastoril, etc., no alcanza a 10% de los recursos asignados a obras de riego de la región.
http://www.eurosur.org/medio_ambiente/bif60.htm
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